domingo, 4 de junio de 2017

LA ESCLAVITUD DEL CAPITAL


El comienzo de junio es el tiempo de la Feria del Libro en Madrid. Tiempo para comprar y leer, pero también para recomendar lecturas. La nota que sigue a continuación es en efecto un consejo de lectura. Que no será el último en este tiempo para los libros.

Luciano Canfora es un estudioso de la historia clásica, profesor emérito de la Universidad de Bari, y prolífico escritor que devuelve el mundo griego y latino a los lectores actuales con una vivacidad, inteligencia y lucidez extraordinariamente apreciables. Sus textos sobre Tucídides, Artemidoro, el mundo de Atenas o su inolvidable biografía de Julio César, entre otros, dan prueba de su capacidad de análisis y de evocación de aquel mundo. Pero asimismo es un intelectual comprometido que interviene y opina sobre los problemas que plantea la crisis de la democracia desde planteamientos muy radicales y por consiguiente poco divulgados a través de los mecanismos normales de publicidad y comunicación que plantean el mercado y los medios. Felizmente una buena parte de estas obras han sido traducidas al castellano, y en particular una de ellas, Crítica de la retórica democrática, que publicó la editorial Crítica en el 2003, nos resultó a muchos de sus lectores especialmente impactante. En ella Canfora sostenía que que el sistema parlamentario actual no era otra cosa que el triunfo de las élites ligadas a la riqueza y el fracaso de las élites vinculadas a la ideología, y apelaba a la razón crítica frente al pensamiento único y a lo que Gabriel García Márquez había calificado de «fundamentalismo democrático», porque, a pesar de todo, «el mundo tiene cada vez mayor conciencia de la necesidad de igualdad». Recuerdo que Joaquín Aparicio recomendó ese libro a un club de lectura informal que lideraba la que entonces era Defensora del Pueblo de Castilla La Mancha y del que formaban parte importantes exponentes intelectuales y políticos de aquella región, y el libro causó un cierto escándalo unido a un indudable interés no siempre compartido por la totalidad de los participantes en el club.

La editorial Il Mulino de Bolonia acaba de publicar un libro de Luciano Canfora en su colección “voces”, que se lee muy bien y rápidamente en su apenas 110 páginas. En él, el autor parte de un siglo nuevo en el que se sigue jugando la partida entre el capitalismo y la democracia, sobre la base sin embargo de la capacidad invasiva del capitalismo en todo el planeta, un sistema de domino mundial que solo tiene enfrente jirones de organizaciones ante todo sindicales e inevitablemente sectoriales, que se apropia de la cultura y de todo recurso, mientras que los explotados están “dispersos y divididos”. En el funcionamiento del capital que sigue la lógica del beneficio y de la lucha despiadada por la conquista de los mercados, se han restablecido formas de dependencia de tipo esclavista en amplias zonas del mundo, incluso dentro de las áreas más desarrolladas, junto a un proceso continuo y generalizado de los derechos laborales, conquistados en el siglo XX, y acompañado de un proceso de contribución a esa esclavitud del capital de formas de criminalidad organizada a escala global.

El texto recorre la historia de la autodefinición de Occidente como espacio cultural y político del capitalismo y del colonialismo, su evolución histórica tras la primera guerra mundial y su exasperación dividida en los años 30 entre el nazifascismo y las democracias liberales, en la hostilidad común al mundo socialista de la URSS, cuestión que se refuerza con la guerra fría y culmina con la derrota del socialismo autodenominado real con la caída del muro de Berlín. Ahí es donde retoma la tesis del libro, “la esclavitud que regresa”, enlazando aportaciones paradójicas muy llamativas – la esclavitud es la garantía de defensa del capital – que incorporan elementos de geopolítica a los que normalmente no se hace referencia, como la “integración  perfecta” de Arabia Saudita en el sistema capitalista mundial y su rol estratégico en la defensa del “mundo libre” en la estrategia planetaria de los Estados Unidos. Los datos sobre el tráfico de seres humanos en Europa es escalofriante, y Canfora hace ver de manera admirable la relación entre el culto fetichista a la capacidad del dinero de hacer dinero, y su apogeo criminal necesariamente relacionado con (e inserto en) la lógica del beneficio, junto con su capacidad de destrucción completa del ecosistema.

La esclavitud es servidumbre y dependencia extrema, pero hay muchas más clases de esta que no solo aparecen en tal grado de indignidad material. Hay una servidumbre voluntaria, de largo recorrido, que integra a tantas y tantas personas bajo el dominio pleno del poder privado, de la inserción aceptada en el mecanismo de explotación del que participan y al que se adhieren y reproducen. Es también practicable en específicos espacios de transmisión de la cultura o de creación de opinión la llamada “servidumbre espontánea”, que coopera a diseñar una realidad social en la que se margine o haga desaparecer los episodios y los movimientos que dan sentido a acciones alternativas solidarias o igualitarias. Hay servidumbres impuestas a la supuesta soberanía e independencia nacional de pueblos que han optado por la democracia, y hay violencia que impone la servidumbre al capital mediante la alimentación del proceso de financiación de la deuda y el pago de los intereses hipotecando cualquier posibilidad de mejora social o arrastrando a amplios estratos de población a la miseria. Todo ello alimenta a la “máquina infernal” del capitalismo “que no puede autocorregirse si no es negando el primum movens que sin embargo ha colocado por encima de cualquier otro valor: el beneficio a cualquier precio y a cualquier riesgo, incluso el de vender armas a aquellos que las emplean para golpear a la desesperada en el corazón del mundo rico”.

La historia es siempre un proceso abierto, en donde todavía resisten “utopías” muy lineales, aunque ambas con dificultades para realizarse, que el autor describe como la utopía de la fraternidad y la utopía del egoísmo. La historia procede en espiral, cuando parece que retrocede, avanza aunque fatigosamente. Y lo hace no porque se someta a una lógica inmanente y de progreso, como ha entendido frecuentemente el pensamiento emancipador desde Spinoza hasta Marx, sino porque se mueve necesariamente desde la injusticia dolorosa y punzante que resulta físicamente intolerable. Es de ese malestar permanente y terrible del que nace “el movimiento permanente de la historia”, caótico, desordenado, que destruye ídolos y nomenclaturas, un movimiento que no siempre significa progreso. La intención de la política es gobernar y guiar ese movimiento, pero la experiencia histórica le hace al autor plenamente escéptico de que eso se consiga.

Así, de manera contradictoria, Canfora habla del pleno dominio del capital y simultáneamente de su crisis, no interesado sin embargo en el discurso sobre la política como forma de “guiar” un cambio en la línea de la utopía de la fraternidad que señala. Utiliza sin embargo la imagen proveniente del Manifiesto comunista de Marx en la que compara la potente fuerza innovadora, transformadora y destructiva del capital con el aprendiz de brujo que no ha podido controlar las fuerzas subterráneas que él mismo ha convocado. En esos procesos que atraviesan el mundo se encuentra el impulso de la historia, del anhelo de igualdad que constantemente se reprime y se sofoca. “La libertad es un ideal intermitente, la igualdad, por el contrario, una necesidad que se representa continuamente, como el hambre”. Ese es el impulso primario contra las variadas y sofisticadas formas de la esclavitud del capital que se puede ir anotando en tantas y tantas regiones del globo, en la lucha cotidiana de millones de personas. Un anhelo propio de las religiones de salvación y del comunismo moderno, como subraya el autor, dejando en el aire un tema clásico en cuanto a la relación entre la ideología religiosa como utopía no realizable y el pensamiento revolucionario como realización de la utopía.

El libro incorpora como apéndices dos textos muy hermosos que representan dos momentos de resistencia ante la esclavitud del capital sobre la base de la “independencia nacional”, ligada a la noción de pueblo y de clase. Se trata del discurso íntegro de Salvador Allende pronunciado en la radio el propio 11 de diciembre de 1973 mientras el palacio de La Moneda era bombardeado por los militares golpistas, y el discurso de Alexis Tsipras del 27 de junio del 2015 que explica a la ciudadanía – “amigos griegos” es como inicia el mismo – el chantaje del que ha sido objeto por parte de la UE y de las instituciones financieras para imponer una “severa y degradante austeridad sin fin”. Dos momentos de derrota reciente de un proyecto de democracia aplastado por un capitalismo que se muestra enemigo de la libertad y de la democracia, pero también dos momentos históricos que ensayaron un proceso de lucha contra la desigualdad y por una libertad efectiva. Es este movimiento dialéctico el que subraya el texto de Canfora, que urge a encontrar nuevas y más convincentes formas de desarrollo de las opciones de democracia real y de la consecución de la igualdad material y de la libertad efectiva sin aceptar las “sentencias definitivas de la historia”, porque pensar que el cambio no existe y que el orden social existente es el único posible es un pensamiento típico de los liberales, “banales como siempre”.

La esclavitud del capital se lee de un tirón y su lectura agrada y hace pensar. Es un género literario (o editorial) que es difícil de encontrar entre nosotros, donde este tipo de reflexiones son más periodísticas y tienen menos referencias culturales de fondo. De manera que la recomendación que de este texto se hace en esta entrada tendrá seguramente una buena acogida. Aguardamos noticias.

Pero no será la única recomendación de lectura en estos días. Permanezcan atentos a las siguientes entradas de este blog.




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